domingo, 11 de diciembre de 2011
La sencillez de María
La sencillez de María
María San Felipe, el martes pasado en el Daniel Ayala. Fotografía de Luis Andrade, cortesía de María a Un poco de agua.
María San Felipe demostró una vez más lo que sabe hacer: entregarse con su canto al auditorio (que para ella no son sólo eso), hablar con transparencia, regalando retazos de su vida. En fin, dejando ser a la niña que es ella misma.
El martes 6 pasado, la cantautora nacida en el puerto de San Felipe, ofreció su concierto Secreto a voces, en el teatro Daniel Ayala, en el marco del Festival Anual de las Artes 2011.
Poco antes de las nueve de noche, ahí estábamos Pedro, Mariana y yo haciendo la fila para entrar al recinto. Esperábamos personas de las más diversas edades: gente mayor, de mediana edad, jóvenes y niños (dos o tres además de los míos).
Fue una experiencia gratificante ver a María salir del escenario con su flamante vestido rojo, moviéndose graciosamente a ese ritmo de sus músicos que no supe seguir pero que nos mantuvo bien atentos durante todo el concierto. "Se ve más bonita con su vestido rojo", me comentó en voz baja la niña de nueve años cuando María desapareció un momento sólo para volver con un vestido verde.
Tiene María un carisma personal que la distingue: su don de gentes. Habla a los espectadores como a quienes conoce y les habla como a amigos o como familia.
Cuando cantó San Felipe querido, María recordó cariñosamente al autor de la letra, el presbítero Roberto Caamal, quien hizo la composición y la regaló al abuelo de la artista. "¡Quién iba a pensar que yo iba a cantarla en el futuro!", exclamó María, quizá sintiendo en su alma el abismo que hay entre aquello sucedido y lo que pudo no haber ocurrido.
Antes de cerrar la velada, María cantó acompañada de sus invitados especiales, primero con Gina Osorio y luego con Andrés Tinoco.
La audiencia estaba muy atenta a lo que hacía María. Varios la grababan cantando con el celular. Cuando anunció el fin del concierto una voz masculina, allá en el fondo, exclamó espontáneamente: "¡Nooo!".
Salimos del teatro a las 10:30 de la noche y mientras caminábamos comentábamos los momentos del concierto. Los niños se burlaban mutuamente pues hubo un momento en que les ganó el sueño y dormitaron. "Yo me dormí cuando ella cantó Duerme y la oscuridad de la sala tuvo mucho que ver", bromeó la niña.
Fue una experiencia muy positiva para nosotros y estaremos pendientes para participar en otros eventos similares que se realizan en Mérida, aunque el que se lleven al cabo en días hábiles es un verdadero desafío para los dormilones que no deben faltar a clases al día siguiente.
Publicado por El caminante en 09:41
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